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Thrinakìa septième édition: prix international d'écritures autobiographiques, biographiques et poétiques dédiées à la Sicile / Sous la direction de Orazio Maria Valastro / Vol.23 N.1 2025

Entre el cielo y la terra: solo los dioses y el Etna

DOI: 10.17613/yt5tj-42k91

Mabel Franzone

magma@analisiqualitativa.com

Mabel Franzone (Salta, Argentina) | Entre el cielo y la terra: solo los dioses y el Etna | Terza opera classificata Sezione Diari di viaggio Lingua straniera | Thrinakìa Settima edizione Premio internazionale di scritture autobiografiche, biografiche e poetiche, dedicate alla Sicilia | Motivazione della giuria: Un diario di viaggio emozionale che racconta l’attraversamento di una regione, la Sicilia, che l’autrice custodisce nell’anima, l’isola dalla quale è emigrato in Argentina il nonno Juan, e come in uno specchio, nel percorso raccontato e nella scrittura che ha questo ha suscitato, riconosce e sperimenta il destino di chi vive lontano dalla propria terra.

 

 

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Thrinakìa septième édition: prix international d'écritures autobiographiques, biographiques et poétiques dédiées à la Sicile | 31 mai 2024 | Le Mai des Livres | Palais de la Culture | Ville de Catane

La Historia, los recuerdos

Me resistía a escribir este relato y ahora que me decidi a hacerlo siento ya el peso en los ojos y en la espalda. Llevo una Sicilia en mi alma, en un rincón que me atreví a explorar. No siempre lo hago, hay pliegues que nunca he tocado. Pero mi abuelo Juan siempre estuvo presente y fue un inmigrante, como lo fui yo también. Creo que él me permitió adentrarme en regiones peligrosas. Cuando salía en un avión de Lufthansa, desde Bolivia a Francia, supe que correría el mismo destino de mi abuelo, el de aquel que vive lejos de su tierra. No me asusté, no, sentí que lo entendía más que nunca.

Juan Franzoni, Giovanni o Vanni, como le decía mi abuela, era un hombre chiquito, delgado y callado, austero. Era un campesino de Messina, de Pettineo. El jamás habló bien el castellano, siempre tuvo un acento. Nació un 26 de junio de 1899, no sé si tenía hermanos. LLegó a la Argentina muy joven con una de las grandes olas de inmigrantes venidos desde España y de Italia. No sé por qué vino a parar a Salta, en el Noroeste. Nunca contaba su vida, tampoco sus añoranzas ni sus tristezas. Recuerdo que viajó solamente dos veces a su tierra natal. De allí volvía cargado de regalos, cubrecamas y manteles hermosos, dorados, amarillos, había mucho color oro en esos brocados que me hacían soñar.

La vida fue dura para él. Sus hijos, la primera generación de inmigrantes, tuvo que luchar para integrarse a una sociedad llena de otros inmigrantes, una sociedad muy complicada, racista. Pero él jamás olvidó de dónde venía. Trabajó de lo que pudo: jardinero, heladero, lustra botas. Logró construir dos casas hermosas y mantener una familia compuesta por su mujer, Vicenta, mi querida abuela -cuyos padres eran piamonteses- y cinco hijos. Algunos de esos hijos llegaron a sentir vergüenza de los trabajos de mi abuelo. No los culpo, ésta es una sociedad arribista, pero siento el dolor de mi abuelo. Hay dolores que nunca se van, están como escondidos y ante un secreto estímulo, surgen y se despliegan, como un acordeón. Tocas una tecla y ya, sale todo, lo bueno y lo malo. Murió de una enfermedad pulmonar, aunque fumaba muy poco. Siempre pensé que era la melancolía del Mediterráneo, como diría Olivier Douville, un estudioso de la Melancolía. En efecto,la historia cuenta que en un momento dado se destruyeron muchos escritos de pensadores griegos, tal vez en la quema de la biblioteca de Alejandría, escritos que felizmente habían circulado ya entre los pueblos árabes. De esta manera no solo se salvaron las obras, también volvieron enriquecidas y completadas por otros pensadores. Es el caso de los estudios sobre la Melancolía, que fueron recuperados en Occidente con aportes de autores árabes. Pienso mucho en el Mediterráneo, un mar entre tierras, un mar interior. Me pregunto si esa interioridad también se traduce en algo de nuestros cuerpos, algo que nos permite viajar por nuestras propias aguas, encontrar esa soledad inmensa de los mares, enfrentarse a nuestras tristezas, a tanta vulnerabilidad, tal el viajero solitario cuando enfrenta su viaje y su destino.

Juan era un hombre melancólico. Se quedaba largas horas muy callado mirando el horizonte. Por días enteros no pronunciaba palabra. Eso sí, hablaba con un tucán que estaba siempre en la higuera de su casa. O con el loro al que le había enseñado nuestros nombres. Heredé esa pasión por los animales. Y esa melancolía. Esta última la llevo hasta ahora, me acompaña cuando me pongo abajo de mi higuera. Reconozco que trato de tener en mi casa todo lo que tenía mi abuelo, limones, uvas, naranjas, ciruelas. Planté todo lo que le gustaba. Cultivo lo que él cultivaba, tomates, habas, lechuga, achicoria, chaucha, papas. El tenía una huerta y cuando me quedaba en su casa, después de la siesta, Juan me llevaba de la mano a la huerta, abríamos la puerta como si entráramos a un palacio, con todo cuidado. Primero íbamos a buscar la tortuga, que era enorme, tenía más de 30 años. Se enterraba o se escondía en lugares de tierra húmeda. Le dábamos de comer hojas de lechuga. Luego procedíamos a cosechar. Me enseñaba esta flor negra y blanca es la de las habas, no te olvidés; yo llevaba un canasto y poníamos en él todo tipo de tesoros vegetales.

Mi abuelo estaba rodeado de un halo de misterio, no solo no hablaba si no también se reunía con otros italianos, hombres todos, en lugares cerrados. Teníamos prohibido molestarlo en esos encuentros, cerraban las puertas del comedor o de alguna pieza. ¿Recordarían momentos vividos? ¿Lugares compartidos? ¿Vivencias? ¿Tristezas? Sé que se ayudaban mucho entre ellos, se traían presentes, se respetaban mutuamente. Teníamos muchos primos segundos, todos muy serios. Recién comprendí esa seriedad cuando estuve en Sicilia. Mi abuelo era como los campesinos que vendían sus productos en los mercados, diligente pero muy serio, jamás sonreía.

Había algo que me apasionaba: cuando estaba de buen humor, nos reunía a todos y nos contaba la historia del hombre-lobo. Nos asustábamos cuando decía que el lobo humano había construido una casa en un árbol muy alto y allí mandaba a su familia cuando sentía la metamorfosis llegar. Siempre me sedujo esa versión, que es mucho más suave y acogedora que el temible hombre lobo cercano a los vampiros de Rumania. Era muy parecida por su suavidad y bondad a la versión de Luigi Pirandello. Las dos eran conmovedoras.

Tengo un acercamiento profundo a Italia, por la tarantella, por los sabores, los olores y los mitos y leyendas. Hasta ahora llevo en mí el sello de la dulzura y de la pena de mis abuelos. Sus voces y sus cuentos. Parte de mi vida transcurrió en algún lugar que yo no conocía. Parte de mi vida fue un cuadro pintado por los recuerdos de Juan Franzoni. Siempre me prometí ir a ver qué añoraba tanto, qué teñía sus tardes de tristeza y de silencio. Cuáles eran sus ausencias. Esos lugares ausentes de mi espacio han marcado mi vida. Poco a poco, comencé a acariciar la idea de viajar a Sicilia. Primero a través de los mitos, luego a través de la ensoñación. Finalmente me dije que no podía morirme sin haber ido a Sicilia de verdad, con mi cuerpo de esta vida. Qué tierra curiosa, guarda para sí tanta densidad, tanta presencia histórica, tantos ADN distintos, tantos imaginarios...

El Acercamiento mitológico

Estando en Francia, tuve un sueño muy particular. Tengo que aclarar que así como a veces he vivido en lugares donde no estaba, otras veces vivo en un mundo intermedio, en un mundo de sueños que son para mí una realidad. Confié mi vida a otro tipo de lógica y a otro tipo de historia, las que cuentan los mitos y las que toman los sueños y ensueños como certezas. Así el tiempo me da alguna esperanza y me permite ver que no todo se juega en un solo lugar y en una sola vida. A veces me muevo entre brumas. Y entre brumas recuerdo ese sueño de un dios poderosísimo, un Zeus que me daba un nombre sacado de un libro enorme y lleno de polvo. Yo le pregunté Qué debo hacer? Y me mostró un puente entre el cielo y la montaña y allí estaba Ulises. Tenía unos pies muy grandes, llevaba sandalias. Se reía mucho y me señalaba unas hojas de papel tiradas al vacío. Esto es parte de tu camino -dijo- y seguía riéndose. Después me enseñó otros lugares, otros países. Luego trajo a alguien más, un poderoso guerrero ataviado con pieles. Llegó, se puso enfrente mío y me tiró a los pies una piel muy vieja. Con el golpe de la caída se levantó un polvillo dorado, eran hojuelas de oro. Ulises dijo Esta es la otra parte. No entendí nada. Busqué. Busqué y busqué.

Así me compré mi primer libro de Mitología y supe que aquel guerrero era Jason con el famoso Vellocino de Oro. Estudié mitos del mundo entero e hice un camino largo hacia la ciencia de lo Imaginario. Busqué en la Mitología y en la Alquimia, algo, no sé que. Tal vez una explicación a la sensación de no estar en mi cuerpo, a la facilidad para sentir el dolor de otros cuerpos, a veces me duele el cuerpo de otro. A esta tendencia de vivir de recuerdos y de tristezas ajenos a mí. A desear lugares lejanos llenos de fantasía. No es original, ciertamente, pero cada vida es y no es original. No soy solo una persona, somos varios adentro mío. Hay uno que me lleva de la mano por caminos del Sur. Este personaje es triste pero adora la Tierra y sus bondades. Ama la aventura y los viajes, busca lo desconocido, las tierras lejanas. Y él me llevó a Sicilia.

La Tierra buscada

Un día me levanté y decidí comprar un pasaje para Sicilia. Sabía que un amigo me esperaría y que no iba a estar completamente sola. Conseguí rápidamente un vuelo de dos horas desde París. No me despedí de nadie, tomé mi valija pequeña y me fui.

Mi amigo estaría en el aeropuerto de Catania. No llevé casi nada, un libro de mitologías y otro sobre lo Imaginario. Los enarbolaba como si fuesen escudos de protección. Mientras todos los pasajeros peleaban y discutían para poder llevar los perfumes importados de Francia, yo leía pacientemente. Me concentré en ese preciso instante y lo llevo grabado a fuego. Iba a ver la tierra de mi abuelo, iba a escuchar esa hermosa lengua italiana. Fui exultante, cantando una canción de Nicola di Bari. Pensaba en la Fata Morgana y en la Divina Providencia; en el Padre Pío y en todas las vírgenes que acompañaban a mi abuela Vicenta. La quise mucho en ese momento, reviví todo el amor que supo darme. Le agradecí desde el alma. Porque Italia me nutrió afectivamente, aun estando en Argentina. Fueron los dos mis países superpuestos. Abracé estas dos tierras como mis tierras, como a veces abrazo mi cuerpo, como mis únicas pertenencias.

La Cordillera de los Andes estaba ya en mí, crecí mirándola. Pero debía buscar la otra tierra, la añorada, la soñada, la tantas veces mentada Sicilia. La Sicilia de Empédocles, filósofo que inspiró tanto a Gaston Bachelard cuando escribió sus libros sobre el elemento Fuego. El mismo filósofo que leo y releo cuando necesito ver el Mundo de otra manera, más suave, con las fuerzas de la Naturaleza como ejes determinantes, con un Cielo que dirige nuestra historia de humanos. Cielo y Montaña están dirigidos el uno hacia el otro. La Cordillera de los Andes es una masa como la columna vertebral del Planeta. No dejo de sentirme una hormiga cuando la veo. Pero es también un apoyo, es como que miro para atrás y está ahí, majestuosa, materia alucinada, materia que me cuida. Ahora me tocaba ver el volcán Etna, el bello Etna. El Etna, solo y negro, humeante siempre. Lo deseaba, quería tocarlo, necesitaba acercarme a su materia, volverme lava y piedra volcánica. Ir hasta el Cielo desde esa otra substancia, tan terrenal y tan sublime. Deseaba acercarme a los dioses desde el volcán, estar más próxima de Ulises, de Zeus, de Jason, de todos los que me hablaron en sueños, de los que me llamaron en sueños.

Y allí llegué, por fin. Catania. Orazio. la Isla. Il Castello Ursino, enfrentando al lugar donde me alojé. Miro, todo me recuerda la casa de mis abuelos, techos altos, hermosas y fuertes construcciones. Duermo tranquila y sueño mucho, sueño que voy a Messina y que me están esperando. Quiero verte abuelo, aunque sepa que no puedo, quiero verte y quiero pisar el suelo que pisabas, quiero quererte desde vos mismo, sintiendo lo que te faltaba, comiendo lo que comías. Probé el vino de Sicilia, poderoso, como si viniera del mismo fondo de la tierra, de los abismos del Universo. Pensé en las mitologías del Herrero, del forgeron. Ese vino parecía salido de la forge. Camino y camino, encuentro en la Plaza una Iglesia con la patrona Santa Agata, leo la historia de su martirio. En el frente tomo un café, veo un lugar llamado Tia Vincenza, me siento protegida por mi abuela. Sigo caminando, veo un casamiento y más allá una casa que tenía algo que ver con el Conde de Lampedusa. Tengo todas las emociones juntas, las de la vida real y las de la vida tantas veces imaginada. Todo se une, es un momento fuerte, es un suelo plagado de historia. Solo una vez había sentido tal potencia de la tierra, en Rumania. Allí, ponía el pie sobre la tierra y veía los muertos de tantas batallas crueles. En Sicilia siento que camino sobre el mundo entero, todo parece muy concentrado, intenso, penetrante, vigoroso. No puedo separar lo físico de la resonancia simbólica. Es algo global, un volumen que junta en sí mismo todas las historias, todas las culturas, todo es una masa de sentimientos. Nunca había experimentado esa geografía afectiva, ese lugar-arquetipo donde se unen los afectos, el pensamiento, la historia y un paisaje sublime.

Me llevaron mis amigos al Etna, subimos, veo tanta piedra negra rodeando el volcán y sus alrededores, que el paisaje se vuelve otro. Es como un desierto de piedra volcánica, que se nutre siempre de la misma fuente, inacabable, inagotable, eterno Etna. Rodeado de lava y piedras negras, yo misma vestida de negro, parece una escena del reino de Hades. Hablamos de Empédocles de Agrigento y del misterio del fuego; de Plinio el Viejo y el Vesubio y nos preguntamos cuál es la atracción ineludible, inevitable, del elemento ígneo. Fascinante búsqueda, la búsqueda del fuego y por ende de la muerte, que ya poco importa, lo que importa es encontrar el fuego. Inmolarse. Inmolarse en alturas. Juntar la soledad de la montaña con nuestra propia soledad, fundirse,morir en fuego y subir, ascender en llamas.

El volcán, la montaña, estoy otra vez a medio camino, entre el Cielo y la Tierra, subiendo, buscando los dioses que me guiaron hasta allí. Siento las soledades profundas de la materia, tomo una piedra negra entre las manos, la acaricio. Soberbia y solitaria, bastándose a sí misma, la piedra es el ser más independiente que existe. La envidio, no necesita de nada ni de nadie. La guardo, quiero un recuerdo. Tal vez me acompañe hasta el fin de mis días en esta vida, porque después de lo vivido estoy segura que tenemos más de una existencia, no sé si al mismo tiempo o en tiempos diferidos, no sé si con un solo cuerpo y una sola alma o con varios cuerpos y varias almas y varias vidas. Pero quiero llevarme esta piedra para que me acompañe cuando se apaguen en mi vida todos los astros y todas las piedras relucientes. Bajo callada, no necesito palabras. Descanso frente al Castello Ursino, salgo al balcón para sentir el viento condensar el tiempo. Todo pasa frente a mis ojos. Mi vida y mi muerte.

Fui al mercado, no sabía cómo se decía manzana. El dueño del puesto, vestido de oscuro, serio, pequeño, me mira, le señalo la fruta y le pido cuatro. Miro los productores, mujeres y hombres serios, campesinos. No sonríen, son amables pero no sonríen. Ahí está, me dije, este es el mundo de mi abuelo. Le digo a Orazio que quiero ir a Messina, no está muy lejos. Vamos en auto y a mitad de camino nos sorprende una tormenta de nieve. Veo varios campesinos recogiendo espárragos salvajes a los lados de la ruta. La tormenta arrecia, nos hacen señas para que regresemos por el mismo camino, pues el peligro acecha. Regresamos, sé que otra vez volveré a Messina y estaré cerca de la Fata Morgana. Es fascinante la transmisión de mitos. Morgana era la hermana oscura del Mago Merlín. Qué hace esta historia allí, en Messina? Observo más y veo construcciones normandas, vikingas. Recuerdo que mi propio nombre de familia quiere decir gente venida del país de Franca, de Francia. Ese recorrer de los mitos es como el recorrido de las canciones; con la gente que viaja corren las leyendas y la música. Recuerdo que en Francia escuché unos marinos contar que la famosa canción francesa La Pampolaise se cantaba en Rusia. Y el Hada Morgana estaba en Sicilia, en el estrecho de Messina.

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