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  • Questions de genre dans les communications scientifiques
    Mabel Franzone et Orazio Maria Valastro (sous la direction de)

    M@gm@ vol.15 n.3 Septembre-Décembre 2017





    EUGENIA SACERDOTE DE LUSTIG: ENTRE LOS PROBLEMAS DE GÉNERO Y EL RECONOCIMIENTO TARDÍO

    Rosario Sosa

    rosar@unsa.edu.ar
    Profesora de Gnoseologia y de Filosofia de la Ciencia en Universidad Nacional de Salta.


    Emmy Noether (1882-1935) by Jennifer Mondfrans
    from her series, "At Least I Have You, To Remember Me"

    1. Introducción

     

    A partir de la década de los ochenta se puede observar que, desde la reflexión epistemológica, se abre otra rama: un giro que impone la práctica científica y que coloca a ésta en el foco de la atención. Este nuevo tópico, distingue entre "saber qué" (énfasis en los contenidos) y el "saber cómo" (investigar cómo se conoce y se construye la ciencia).

     

    Desde hace algún tiempo, defendemos la idea de que a fin de reflexionar sobre la ciencia, no sólo hay que mirar la historia sino analizar lo que realmente hicieron los científicos (sean hombres o mujeres) y no proyectar desde las teorías actuales, lo que se acomoda o es pertinente a nuestros preconceptos. Así, no sólo pensamos que hay que enfocar nuestra mirada en las prácticas científicas, sino estudiarlas desde la historia de la ciencia para entender la ciencia misma. Si bien desde Koyré (1994), pasando por Kuhn (1996, 2007) y toda una pléyade de historiadores de la ciencia han insistido en que hay que leer la historia en sus fuentes y que esta lectura posibilita una reflexión filosófica de la ciencia a partir de los problemas reales que tuvieron los científicos y científicas, creemos que en ciertos ámbitos se siguen buscando los casos que abonen nuestras creencias. Este tipo de lectura de la historia se traduce en prejuicios de lo que creemos que ocurrió en el pasado o de cómo los científicos veían los problemas y trataban de brindar soluciones.

     

    Por otra parte, compartimos la idea acerca de la importancia de los relatos  “biobliográficos” [1] puesto que todos los trabajos teóricos, fruto de la investigación más específica y técnica, refieren a circunstancias de vida, a posibilidades académicas, intereses, formación, contexto político, entre otras cuestiones. Y, pensamos que si no tenemos en cuenta todas estas cuestiones, se podría empobrecer el análisis y la reflexión de la producción de un científico/a.

     

    En el caso de Eugenia Sacerdote de Lustig, esto se vuelve manifiesto a partir de ciertos acontecimientos históricos, políticos, científicos e institucionales que condicionaron su investigación. No sólo era una mujer joven cuando llegó a la Argentina sino que era judía y extranjera y, además, manejaba una técnica de laboratorio que sólo algunos conocían de nombre.

     

    2. La biografía académica de una mujer apasionada por la ciencia

     

    En el capítulo “Feministas y universitarias”, Muñoz Páez (2017) sostiene que las primeras feministas tuvieron como objetivo secundario el acceso a las universidades y, las pocas que lo hicieron, pertenecían a clases más adineradas. Así, este reclamo sólo pudo plantearse en las sociedades más evolucionadas en donde ya existían otros derechos, como el acceso a la educación primaria y secundaria. El ingreso de las mujeres a la ciencia es la culminación y “[…] última etapa de la revolución pacífica que está llevando a las mujeres a ocupar puestos de responsabilidad en todos los ámbitos de la sociedad” (Muñoz Páez, 2017:222). Las batallas para entrar a la universidad fueron más duras que para conquistar el voto femenino y se prolongaron, por más de un siglo. La universidad, “ciudadela fortificada del poder masculino”, se resistió durante muchos años a admitir a las mujeres, por distintos motivos que no son objeto de este trabajo. Y se han utilizado muchos argumentos para impedir dicho ingreso pero hay uno, en especial, que nos interesa destacar con Muñoz Páez (2017) que es del “ridículo”, los calificativos para aquellas mujeres estudiosas, eran todos peyorativos. Quisimos destacar este obstáculo porque Eugenia Sacerdote de Lustig, junto con su prima Rita Levi- Montalcini tuvieron que enfrentarlo en la Universidad de Medicina de Turín en 1930. Ella lo relata en primera persona: “El primer día de clase tuvimos que pasar delante de una doble fila de ancianos que nos pegaban, nos arrancaban el sombrero que entonces todas las mujeres usaban, y nos metían en los bolsillos restos de cadáver” (Sacerdote de Lustig; 2008: 23-24).

     

    ¿Quién era esta mujer que ha marcado la vida de numerosos científicos y, sobre todo, científicas argentinas? Eugenia Sacerdote nació en Turín en 1910, en el seno de una familia judía del Piamonte, que disfrutaba de una posición acomodada. Eugenia y su prima Rita Levi-Montalcini, fueron al Liceo Femenino donde sólo recibieron la educación necesaria para convertirse en buenas esposas y madres. Pero una vez que ambas decidieron estudiar medicina en la Universidad, el padre de Rita, les pagó profesores particulares que les enseñaran latín, griego, matemáticas, literatura, filosofía e historia.

     

    Las dos primas ingresaron con los mejores puntajes y comenzaron sus estudios en la Facultad de Medicina de Turín en 1930. Eugenia recuerda que ellas y, dos chicas más, eran las primeras mujeres en esa Facultad y en medio de quinientos varones que les hacían la vida académica bastante difícil.

     

    En el segundo año, Eugenia y Rita, se incorporaron a la cátedra del profesor de Anatomía Giuseppe Levi. Hombre exigente, rígido e irascible pero que se había especializado en Histología, rama de la medicina dedicada al estudio de los tejidos. El preparaba secciones de los mismos que observaba al microscopio. Levi había aprendido la técnica de tinción de tejidos con plata con el histólogo español y futuro premio Nobel, Santiago Ramón y Cajal, introduciendo dichos métodos en Italia.

     

    Así, Eugenia y Rita, siendo alumnas, ingresaron como "alumnos internos", ayudantes de trabajos prácticos. Ahí Eugenia hizo sus primeras incursiones en la investigación, publicó sus primeros trabajos y aprendió la técnica de cultivos in vitro. Sacerdote hizo su tesis, recibió el doctorado con honores en 1936 junto a su prima, Rita Levi- Montalcini.

     

    Apuntemos que a fines de los años 30, la cátedra de Histología de la Universidad de Turín era uno de los centros de investigación más avanzados de Europa. Por ese entonces, su titular, el profesor Giuseppe Levi, distinguió a sus cuatro mejores discípulos como ayudantes internos, Ellos eran: Rita Levi Montalcini, Renatto Dulbecco, Salvador Luria y Eugenia Sacerdote. Las leyes antisemitas promulgadas por el fascismo italiano los obligaron a emigrar: Montalcini, Dulbecco y Luria huyeron a Estados Unidos, donde ganaron posteriormente sus respectivos premios Nobel de Medicina. Con idéntica calidad intelectual y profesional, Eugenia Sacerdote vino a la Argentina, donde sin los mismos medios para desarrollar al máximo su capacidad creadora no ganó el Premio Nobel, pero se convirtió en una verdadera pionera de la ciencia en el país.

     

    Tomemos una cita de Las pioneras de Rita Levi- Montalcini (2011): "En las primeras décadas del siglo XX, la embriología experimental constituía un arte, más que una ciencia, ya que las técnicas con las que contaban los biólogos eran muy rudimentarias" (Levi- Montalcini, 2011: 91).

     

    En 1939, Mussolini, dicta las leyes raciales y Eugenia se ve obligada a trasladarse con su pequeña hija y su marido Maurizio de Lustig, ingeniero de la empresa Pirelli, a la Argentina. 

     

    En 1942, Eugenia se acerca a la Facultad de Medicina y habla con la bibliotecaria que le informó acerca de las cátedras de Anatomía, Fisiología e Histología, que era la que realmente le interesaba a ella. Y, sin recomendaciones de ningún tipo se presentó a la cátedra de Histología donde se encontraba de ayudante Eduardo De Robertis y dijo: "Yo sé hacer cultivos de células vivas" y le respondieron: "Ah, bueno, si usted quiere una silla, se la damos". Comenzó en dicha cátedra, en 1943, sólo con unos pocos elementos que le ofreció el Dr. De Robertis, sin cargo alguno y recibiendo sólo algo de dinero que provenía de un fondo para reponer material de vidrio del laboratorio. Ahí, conocerá también a Pedro Rojas y a Roberto Mancini. Luego al Dr Houssay, quien acababa de inaugurar el Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME).

     

    En la cátedra de Histología y Embriología del Profesor Rojas, la Dra. Sacerdote de Lustig [2], instaló un laboratorio de cultivo de tejidos, técnica que en Argentina nadie conocía. Asociada con un exiliado polaco, Sepzenvol, consiguieron cultivar células miocárdicas, estudiar el efecto sobre ellas de algunas drogas y presentar los resultados en la Sociedad Argentina de Biología. Pero a los tres años, en 1946, se sentía sola en la cátedra porque los profesores titulares habían renunciado y los colegas con los que trabajaba habían emigrado a Estados Unidos. En ese momento, el Dr. Braccheto Brian, director del Instituto Roffo, le propone crear una sección de cultivo de tejidos. Y en 1956 ingresa al Instituto Malbrán como jefa del departamento de virología en plena epidemia de poliomelitis.

     

    Al producirse la epidemia de poliomielitis fue enviada por la Organización Mundial de la Salud a los Estados Unidos para interiorizarse sobre el trabajo del profesor Jonas Salk. Cuando retornó a la Argentina, se inoculó en público e hizo lo mismo con sus hijos para convencer a la población de los beneficios de la vacuna contra la poliomielitis.

     

    Ingresó también a la Universidad en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales como profesora de Biología Celular en donde dedicó tiempo y trabajo en producir y formar gente. Por cuestiones políticas e ideológicas, tuvo que renunciar al Malbrán cuando quedó cesante el director y, años después, en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales terminó su desempeño docente con “la noche de los bastones largos” en 1966, con el golpe militar de Onganía.

     

    No obstante, continuó con su tarea en el Instituto Roffo como investigadora del CONICET, luego de ser convocada por el Dr. Houssay. Allí recorrió toda la carrera durante 40 años hasta ser nombrada investigadora emérita. También trabajó en la Fundación CIMAE, época en la que tuvo que responder, injustamente, a un proceso en el que se la acusaba de ser antimilitar.

     

    Las contribuciones, más relevantes, de la Dra. Sacerdote de Lustig son: la introducción de la técnica del cultivo de tejidos, la virología aplicada, la biología de las células neoplásticas y sus productos, la diferenciación celular, el interferón, intentos de terapia génica, la biología de la metástasis, la neurobiología y una incursión obligada en las supuestas posibilidades terapéuticas de la crotoxina, entre otros aportes. Destaca especialmente su descubrimiento de la posibilidad de diagnosticar la enfermedad neurodegenerativa conocida como Alzheimer a partir del cambio de nivel de una enzima en las células de la sangre (glóbulos rojos) ya en las primeras fases de la patología.

     

    Ha publicado más de ciento ochenta trabajos en revistas científicas nacionales y extranjeras, ha recibido numerosos premios [3] a su trayectoria científica y todas las biografías señalan su generosa labor en la formación de centenares de discípulos que alcanzaron, en muchos casos, el gran nivel profesional de su maestra.

     

    Murió en Buenos Aires a los 101 años de edad, el 27 de noviembre de 2011.

     

    3. Reflexiones epistemológicas acerca de las publicaciones de la científica y la incorporación de sus aportes a la Historia de la Ciencia argentina

     

    Nos interesa citar a Guillaumin (2011) quien afirma que el científico es un sujeto social y, como tal, sus razonamientos y sus prácticas no tienen diferencias sustanciales con otros razonamientos y prácticas sociales.

     

    La nueva epistemología nos introduce así, en una imagen distinta de la ciencia, nos plantea formas de descubrimiento y justificación que nos acercan, por un lado, a las prácticas referidas especialmente a las ciencias experimentales y, por otro, a la relación ciencia y sociedad.

     

    Finalmente, rescatar la idea de que si bien no existe un concepto definido de práctica científica, si hay un reconocimiento en la filosofía de la ciencia de que hay que ampliar los horizontes de la filosofía de las teorías científicas. Y esta idea se dispara en diversas direcciones que alcanzan a los problemas filosóficos que se plantean en la ciencia y los vemos claramente al ahondar en casos concretos de historia de la ciencia.

     

    A fin de poder reflexionar sobre el caso de Sacerdote de Lustig, tomemos a  Bourdieu (2012), quien desde la perspectiva de la sociología de la ciencia, sostiene que: “[…] los conflictos epistemológicos son siempre, inseparablemente, conflictos políticos: es por eso que una investigación sobre el poder en el campo científico podría comprender sólo cuestiones de tipo epistemológico” (Bourdieu, 2012: 15).

     

    La lucha por la autoridad científica, dice Bourdieu (2012), es una especie particular de “capital” social que asegura un poder sobre los mecanismos constitutivos del campo. Esto significa que dentro de un campo científico autónomo, un productor particular no puede esperar el reconocimiento en términos de reputación, prestigio, autoridad, entre otros, sino de sus colegas, quienes siendo sus competidores, son los menos proclives a darle la razón sin discusión o examen. “La autoridad científica es, entonces, una especie particular de capital que puede ser acumulado, transmitido e incluso reconvertido en otras especies bajo ciertas condiciones” (Bourdieu, 2012: 23).

     

    Por otra parte, el hecho de que el capital de autoridad obtenido por el descubrimiento sea monopolizado por el primero en haberlo hecho o, en haberlo hecho conocer y reconocer, explica la importancia de las cuestiones de prioridad (Cfr. Bourdieu, 2012: 24).

     

    El concepto de visibilidad expresa el valor diferencial, distintivo de esta especie particular de capital social: acumular capital es “hacerse un nombre”, un nombre conocido y reconocido. Nos interesa citar directamente a Bourdieu (2012):    “Cualquier campo, […], es un campo de fuerzas y un campo de luchas por transformar ese campo de fuerzas […] que comprende relaciones de fuerza y dominación.[…] La estructura de las relaciones objetivas entre los agentes determina lo que éstos pueden hacer y no hacer. […] (Bourdieu, 2012: 76-77). 

     

    Distingamos, con este autor, dos formas de poder dentro del campo científico: un poder llamado temporal o político, poder institucional e institucionalizado (por ejemplo, dirigir un laboratorio o un departamento, pertenecer a comisiones o comités de evaluación) y el poder sobre los medios de producción (contratos, créditos, puestos, entre otros) y reproducción (facultad de nombrar y promover carreras) que asegura esa posición prominente; por otro lado, un poder específico que tiene que ver con el prestigio personal que es más o menos independiente del anterior, y que se basa, casi exclusivamente, en el reconocimiento relativamente objetivado e institucionalizado por el conjunto de pares. Ambas formas de poder pueden coexistir en un laboratorio.

     

    Finalmente, para completar esta breve introducción teórica, con Kreimer (2009), puntualizamos: “[…] el grado de madurez y consolidación de un campo científico particular puede ser evaluado, entre otros indicadores, por la existencia de medios de publicación y su abundancia y diversificación, calidad, frecuencia, cobertura, amplitud temática, etc.” (Kreimer, 2009: 110).

     

    En consecuencia, proponemos hacer aproximaciones a las publicaciones científicas de Eugenia Sacerdote de Lustig, separándolas en dos aspectos: el primero, comentarios en relación con el tipo, valor y destino de los escritos de la científica ítalo-argentina y e segundo, análisis de algunos de los textos de Historia de la Ciencia que nombran y (no “hablan”) de esta investigadora y que efectúan una reconstrucción de las instituciones de investigación científicas en el período en el que ella trabajó activamente.

     

    La Dra. Eugenia  Sacerdote de Lustig, sostiene Buschini (2002) comenzó a desarrollar actividades científicas en la Argentina en 1942 utilizando la técnica de cultivo de tejidos “in vitro”, la cual se usaba internacionalmente en diferentes disciplinas (embriología, virología, cancerología), pero que en Argentina era escasamente conocida. Su trayectoria se puede analizar a partir de su desempeño en diversas instituciones científicas, que incluyen las Facultades de Ciencias Médicas, de Exactas y Naturales, de la Universidad de Buenos Aires; el Instituto de Oncología “Ángel Roffo”; y el Instituto Nacional de Bacteriología “Carlos Malbrán”. Ayudó a que se consolidara en estas Instituciones, la investigación en las áreas de cultivo de tejidos “in vitro” en las mismas. La importancia del establecimiento de laboratorios asépticos fue crucial en los primeros años de Sacerdote de Lustig en la Argentina. Estos elementos dan cuenta de la existencia, a comienzos de la década de 1940, de un complejo de investigaciones biomédicas relativamente consolidado que contaba, entre otras cuestiones, con un conjunto de instituciones reconocidas, una serie de personajes consagrados, canales de comunicación científica, ámbitos de reclutamiento característicos y acceso a bibliografía internacional. Pero, pese a la existencia de los mecanismos de financiación mencionados, las condiciones de trabajo en la universidad y los institutos de investigación se caracterizaban por un bajo nivel de profesionalización.

     

    En dicho marco, sostiene Buschini (2002), Sacerdote de Lustig pudo trabajar porque tenía garantizadas sus condiciones materiales de subsistencia por otros medios, lo que le permitió  abocarse con exclusividad a tareas de investigación sin percibir renta alguna. Estos aspectos contextuales, que pueden ser considerados favorables para su inserción, deben ser matizados con otra de las características de la forma en que se consolidó este complejo de investigación, a saber: la asimetría de género. Si se toman como indicador las publicaciones del período, se constata que la participación de las mujeres era escasa en relación con la de los hombres. Un análisis de los artículos presentados a la Revista de la Sociedad Argentina de Biología entre los años 1939/1943, tal vez el canal de comunicación más importante entre los existentes en el medio local, arroja que el porcentaje de hombres que publican es netamente superior al de las mujeres. Asimismo, el porcentaje de mujeres que encabezan artículos publicados es todavía menor, y los nombres no superan las cinco o seis unidades. Tal como fue descripto, fue este el marco en donde se iniciaron las actividades de esta investigadora en el país.

     

    Por ejemplo, junto a Pandra y Mariano di Fiore, Sacerdote de Lustig firmó diversos artículos que analizaban, “in vitro”, el papel del escorbuto en la degeneración de los tejidos del cuerpo, particularmente en la falta de formación de fibras colágenas; el rol del ácido ascórbico en la recuperación de los mismos; las variaciones del nivel de ácido ascórbico en tejidos animales congelados y disecados; y el cultivo de cobayos escorbúticos en medio escorbútico. Los resultados de estas investigaciones fueron presentados en las reuniones científicas celebradas por la Sociedad Argentina de Biología, y publicadas en la Revista de dicho organismo. Estas reuniones y publicaciones fueron, a un tiempo, la presentación de Eugenia Sacerdote de Lustig al medio científico local y una contribución a la generalización del cultivo de tejidos “in vitro” que, en esos años, un número reducido de investigadores estaba comenzando a utilizar en el país.

     

    El Instituto de Medicina Experimental para el Estudio y el Tratamiento del Cáncer fue intervenido en los primeros meses de 1946, creándose una comisión para investigar la actuación de Roffo. En una resolución de mayo del mismo año, se señala que Roffo queda libre de las acusaciones realizadas, pero se le acepta la renuncia a su cargo de director. Un año después, Roffo moriría. Sacerdote de Lustig comenzó a realizar investigaciones que se inscribían en lo que estaba ocurriendo a nivel internacional. Los trabajos realizados en esta institución dieron forma a aquello que aquí ha sido denominado su programa de investigaciones más personal, que fue consolidando a la par de sus colaboraciones. Este programa de investigaciones consistía en el estudio comparado de las propiedades y la actividad de la célula normal y cancerosa, sometida a la acción de diferentes sustancias. El 5 de septiembre de 1946, cuando aún no se desempeñaba en el Instituto de Medicina Experimental para el Estudio y el Tratamiento del Cáncer, presentó junto a J. Lyonnet "Acción del suero humano normal y canceroso sobre el crecimiento celular de los tejidos cultivados in "vitro" a la Sociedad Argentina de Biología, comenzando con ello la línea de investigación aludida. Las investigaciones desarrolladas en esta institución en esos años fueron por lo tanto las que adquirieron mayor grado de articulación y coherencia entre las desarrolladas por esta investigadora. Fueron estas sin dudas las que le otorgaron un reconocimiento como investigadora por fuera de su habilidad para el manejo de la técnica de cultivo de tejidos “in vitro”.

     

    En 1950, Sacerdote de Lustig fue convocada por el doctor Armando Parodi para trabajar en el Instituto Bacteriológico Nacional “Carlos Malbrán”, en problemáticas vinculadas con la virología, especialidad de la microbiología en que éste se desempeñaba. Al igual que lo ocurrido con el Instituto de Oncología, su incorporación le permitía a Parodi establecer un área de cultivo de tejidos “in vitro”, técnica que, según se postuló, estaba siendo utilizada internacionalmente en su especialidad. En un artículo presentado por Parodi y Simón Lajmanovich en 1947 se pone particularmente de manifiesto el calibre de la destreza específica que poseía esta investigadora.

     

    En este marco de transformaciones profundas y aceleradas, luego de la caída de Perón, las autoridades de la Facultad de la Universidad de Buenos Aires privilegiaron la contratación de docentes cuyas trayectorias estuvieran asociadas a un fuerte compromiso con la investigación científica y convocaron a Sacerdote de Lustig para ocupar el cargo de Profesor Titular de Biología Celular en el año 1958 y en 1959, le revalidaron el título de médica que le habían negado a su arribo al país.

     

    Finalmente, fuera de las publicaciones locales, casi en su totalidad en la Revista de la Sociedad Argentina de Biología, el mayor número de comunicaciones científicas internacionales las realizó en los Meetings of the Tissue Culture Association, Asociación de la cual era miembro. Esta Asociación, creada en los Estados Unidos de América en el año 1947, nucleaba a todos los investigadores vinculados con el uso de esta técnica.

     

    El segundo aspecto que propusimos desarrollar, con respecto a las publicaciones, es el de los textos de Historia de la Ciencia que refieren a Sacerdote de Lustig.

     

    Hurtado de Mendoza y de Asúa (2002) dicen que Thomas Kuhn (1977), expresa en relación a los Estados Unidos que, en un principio la mayoría de quienes escribían Historia de la Ciencia eran científicos profesionales, que lo hacían como resultado de un interés pedagógico: a fin de aclarar conceptos de la especialidad, de establecer su tradición y de ganar estudiantes. Estas observaciones de Kuhn se replican en los primeros escritos de Historia de la Ciencia en la Argentina, si bien con las peculiaridades propias de la periferia: no aparece integrada en sus orígenes a la Historia, sino en la forma de historias disciplinares subordinadas a los intereses de la comunidad científica.

     

    Así, estos autores manifiestan que puede detectarse la intención de construir (o demostrar la existencia de) una tradición científica local a partir de un conjunto de narraciones disciplinares.

     

    Por otra parte, Hurtado de Mendoza y de Asúa (2002) enuncian que los años de entreguerras pueden caracterizarse como un período de maduración y consolidación de la comunidad científica argentina. Así, una de sus dimensiones, dentro del multifacético proceso de legitimación de la investigación científica en el país, consistió en difundir el valor cultural de la ciencia y las virtudes éticas del investigador. En este sentido, la divulgación científica y, como parte de ella, la historia de la ciencia, fue una de las estrategias que los científicos locales encontraron para canalizar estos objetivos. De este modo se comprende que buena parte de los científicos interesados en la historia de la ciencia hayan estado fuertemente comprometidos con la promoción de proyectos de universidades, institutos de investigación y asociaciones. Como casos paradigmáticos, podemos mencionar a Horacio Damianovich, Venancio Deulofeu, Bernardo Houssay o Enrique Zappi, miembros fundadores de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias. Dentro de este marco pueden ubicarse los primeros intentos de trazar historias disciplinares y de demostrar la existencia de un pasado científico valioso, a partir del cual proyectar un porvenir promisorio para la ciencia en la Argentina.

     

    No obstante este marco y conociendo la importancia de la participación en la investigación de Sacerdote de Lustig, observamos que en los libros de Historia de la Ciencia Argentina de ese período, su nombre y contribuciones, no figuran. En su lugar, aparecen las siguientes expresiones: “científicos” (y se enumeran nombres de varones), “colaboradores”, “investigadores”, “grupo de investigación”, entre otros términos que ocultan el nombre de algunas mujeres, como es el caso de Eugenia Sacerdote de Lustig.  Al buscar información sobre ella encontramos una gran cantidad de biografías que destacan su labor profesional como investigadora pero los libros y los artículos de Historia de la Ciencia no registran la importancia de su rol como investigadora, miembro de institutos científicos, autora de trabajos relevantes en distintas disciplinas médicas y formadora de numerosos investigadores de nivel internacional.

     

    A título de ejemplo, de Asúa (2010) en su libro Una gloria silenciosa. Dos siglos de ciencia  en Argentina, en el “Índice de nombres históricos” que figura al final, no la nombra. Luego, en el capítulo “La gran tradición” expresa lo siguiente:

    […] creo que la de la investigación biomédica argentina también puede ser sintetizada en cinco nombres: Houssay, a Leloir, Braun Menéndez, De Robertis y Milstein. Esta lista excluye a muchos importantes investigadores e investigadoras. Hay casos en los que es muy difícil tomar decisiones, pero, tal como lo señala Leavis, llega un momento en que parece necesario discriminar cuáles fueron los constructores de la tradición. […] También nosotros dejamos de lado a muchos nombres significativos […] el criterio que me guió […] fue la contribución del investigador (Asúa, 2010: 191).

     

    Creemos que es lamentable que en ninguna parte del libro encontrara este autor un lugar para destacar las importantes contribuciones que realizó, a la ciencia argentina, Eugenia Sacerdote de Lustig.

     

    3. Conclusiones

     

    La biografía científica de Eugenia Sacerdote de Lustig brinda datos objetivos que nos permiten vislumbrar un trabajo constante y difícil (por las condiciones externas e internas que entorpecieron su labor), pero sumamente valioso en el campo de la investigación. Tenemos registros y testimonios a través de sus publicaciones, investigaciones, discípulos, alumnos y becarios, así como por sus propias palabras a partir de su autobiografía y de numerosas entrevistas de las que fue objeto. Entrevistas que comenzaron a partir de que le fueron otorgados reconocimientos y premios. Con respecto a estos últimos, detectamos en sus palabras siempre una gran modestia y agradecimiento, aunque a veces expresa con dolor que algunos de sus descubrimientos (como el “interferón”) no se los reconocieron o se los adjudicaron a otros. Dolor y frustración que es casi una constante en todas las mujeres de ciencia que hemos investigado.

     

    Pero también dolor por haber tenido que abandonar su tierra natal, Turín, donde ya había comenzado a trabajar en ciencia con un equipo de investigadores reconocidos y con el instrumental especializado y en condiciones adecuadas. No obstante, agradece haber podido llegar a  la Argentina con su familia y haber logrado continuar con la investigación científica. Reconoce que fue Houssay, quien dirigía la Sociedad de Biología, el que la invitó junto a todos los investigadores de las cátedras de Histología y Fisiología a presentar sus trabajos, para que él decidiera cuáles eran los suficientemente buenos para publicarse en la revista de la Sociedad de Biología. Y aclara que era muy importante publicar en esta Revista porque dependía de su par francesa, que era muy importante. Y, de este modo, comenzó a publicar en la Argentina.

     

    Con respecto al hecho de que existen diversas biografías sobre Sacerdote de Lustig y muy pocas referencias en los libros de Historia de la ciencia, podemos decir que si bien es muy importante la visibilización, a través de las biografías, del derrotero laboral y de investigación de las mujeres científicas, esto sólo significa una tarea empírica. Labor de identificación,  registro y ubicación en el tiempo y en el espacio de mujeres que han hecho y hacen ciencia. Pero existe un segundo paso indispensable para su reconocimiento, que es el de ser incorporadas a una tradición científica dentro de los diferentes países, escuelas, corrientes o institutos. Sin esta incorporación a la Historia de la Ciencia, en cualquiera de sus modalidades, las científicas seguirán transitando su viejo rol de seres excepcionales y no, en pie de igualdad, representantes de la otra mitad de la Humanidad que colabora con la aventura del conocimiento científico. Colaboración fundada en un número cada vez mayor de nombres descubiertos (y que nos quedan por descubrir) en la historia del pensamiento occidental donde vemos que, desde la Antigüedad, las mujeres se interesaron por el conocimiento del mundo.

     

    Bibliografía

     

    De Asúa, M. (2010) Una gloria silenciosa. Dos siglos de ciencia en Argentina. Buenos Aires: Libros del Zorzal.

     

    Bach, A.M. (2010) Las voces de la experiencia. El viraje de la filosofía feminista. Buenos

    Aires: Editorial Biblos.

     

    Bourdieu, P. (2012) Los usos sociales de la ciencia. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión

     

    Buschini, J. D. (UNQ / CONICET). (2007). "La construcción de una trayectoria científica en la Argentina de mediados de siglo: Eugenia Sacerdote de Lustig y el cultivo de tejidos “in Vitro” (1942-1961). XI Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Departamento de Historia. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Tucumán, San Miguel de Tucumán. https://www.aacademica.org/000-108/486

     

    Etcheverri, C. (2008) Eugenia Sacerdote de Lustig. "Si pudiera ver seguiría yendo al laboratorio". Buenos Aires: Capital Intelectual.

     

    Hurtado de Mendoza, D. y de Asúa, M. (2002) “La historia de la ciencia en la Argentina de entreguerras”, Saber y Tiempo, Vol. 4, N°14: 137-160.

     

    Kreimer, P (2009) El científico también es un ser humano. Buenos Aires: Siglo XXI editores.

     

    Kuhn, T. (1996). La tensión esencial. México: Fondo de Cultura Económica.

     

    Levi- Montalcini, R. y Trípodi, G. (2011) Las pioneras. Las mujeres que cambiaron la sociedad y la ciencia desde la Antigüedad hasta nuestros días. Barcelona: Crítica.

     

    Martínez, S. y Huang, X. (2011). “Introducción. Hacia una filosofía de la ciencia centrada en prácticas” en Martínez, S., Huang, X y Guillaumin, G. (compiladores). Historia, prácticas y estilos en la filosofía de la ciencia. Universidad Autónoma Metropolitana. México, p.p. 5-64.

     

    Muñoz Páez, A. (2017) Sabias. La cara oculta de la ciencia. Buenos Aires: DEBATE.

    Revista de Medicina (2007) "Comentarios bibliográficos". Buenos Aires, 2007; 67; 105-108.

     

    Sacerdote de Lustig, E. (2005) De los Alpes al Río de la Plata. Recuerdos para mis nietos. Buenos Aires: Leviatán.

     

    Sánchez, N.I. y Agüero, L. (2008). "La mujer en la medicina argentina: las médicas de la

    cuarta década del siglo XX" en Lorenzano, C. (editor) (2008) Historias de la Ciencia Argentina III. Argentina: EDUNTREF.

     

    Note

     

    [1] Término que A. M. Bach toma de las filósofas italianas, quiénes lo utilizan para referirse a la estrecha relación entre la obra escrita de las autoras y su vida.

    [2] En Argentina, la Dra. Lustig, no pudo lograr que le revalidaran su título de médica. Tuvo que esperar más de una década y, recién en la presidencia de Frondizi, en 1958, le reconocieron su título de Doctora en Medicina. Ella ya era una de las más reconocidas investigadoras en el cultivo de células vivas. Colaboraron en dicho trámite la gestión de los doctores Houssay, De Robertis, Braun Menéndez, que eran algunos de los más destacados especialistas en el estudio de los tejidos humanos del país.

     

    [3] Entre los más importantes: en 1977 el Premio A. Noceti y A. Tiscornia de la Academia Nacional de Medicina, en 1983 el Diploma al mérito en genética y citología de la Fundación Konex, en 1988 el Premio Alicia Moreau de Justo, en 1992 el Premio Hipócrates a la Medicina otorgado por la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires, en 2011 la "Medalla Conmemorativa del Bicentenario de la Revolución de Mayo 1810-2010", del Senado de la Nación Argentina, por su trayectoria científica, entre otros premios y reconocimientos.

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